A veces la historia nos devuelve algunos hechos que, aunque intentemos clasificar de casualidades, pronto nos damos cuenta de que tampoco se pueden explicar de esta manera.
Uno de los casos más conocidos es el del actor norteamericano James Dean que en el año 1955 murió en un trágico accidente de tráfico. Hasta aquí habría quedado en un accidente más si no se hubieran sucedido toda una serie de infortunios relacionados con los restos de su coche.
Después de morir, los restos del vehículo fueron llevados a un desguace. En un momento dado, el propio motor se desprendió y destrozó las dos piernas de un mecánico. El motor sería comprado de cara al futuro por un médico que lo colocaría en su coche… sin embargo, después de eso moriría de una forma inexplicable.
En una carrea de coches moriría un hombre que había instalado la palanca de cambios del coche de Dean. Más adelante, el auto sería reconstruido pero el garaje en dónde se hizo ardió hasta los cimientos.
Cuando se exhibió en Sacramento se cayó de su pedestal y dejó malherido a un joven. En 1959 volvió a tener un accidente hasta que finalmente se dividió en 11 pedazos… nadie más lo quiso reconstruir.
¿Casualidad o maldición?